EL
MUNDO
3 febrero
2017
El Hospital Universitario de Torrejón de Ardoz (Madrid) es el
único hospital público de España que realiza el tatuaje permanente para
reconstruir el pezón y la areola.
"Un
pecho sin pezón es un pecho sin identidad, al igual que un rostro sin
ojos". Habla Álvaro Quesada. Y sabe de qué habla. Tiene 32 años y es ciego
del ojo izquierdo. Un tumor benigno en el nervio óptico fue el culpable y desde
entonces todo cambió. El revés le obligó a reinventarse hasta convertirse hoy
en un Miguel Ángel de los pechos sin identidad. Tuerto desde hace cuatro años,
Álvaro, que antes era modelo y actor en series y anuncios, nunca lo ha visto
tan claro. Por eso, cuando entra con sus brazos tatuados por el Hospital
público de Torrejón de Ardoz (Madrid), los médicos lo reciben con alegría y las
pacientes que le aguardan le miran con admiración, entre sonrisas y nervios. Un
pasillo largo flanqueado por puertas naranjas y paredes color crema, antesala
del estudio de tatuaje improvisado de Álvaro en el hospital madrileño, nos
sumerge en la nueva vida del hombre solidario al que no le importa que le
llamen el 'reconstructor' de pezones.
Invitado
por Álvaro y los cirujanos César García y Lorenzo Rabadán, de la Unidad de
Mama, EL MUNDO asiste a dos reconstrucciones de pezón. El tatuador
acude con una pistola rosa, "como símbolo de la lucha contra el cáncer de
mama", para hacer sus dibujos sobre la piel. Noelia y Begoña, de 31 y 50
años respectivamente, llegan cargadas de expectativas. El cáncer un día,
explica la mayor, les quitó sus pezones. Álvaro ahora lo va a reparar...
Álvaro
y las enfermeras reciben a Begoña con una sonrisa. Así amenizan el primer
tanteo. Tras desnudarse, una de las enfermeras le retira los apósitos rellenos
de una crema protectora dejando entrever su historia. "El doctor Lorenzo
le extirpó [a mediados de agosto de 2015] el cáncer en sus dos senos, y en la
misma intervención se le implantaron las dos prótesis mamarias", cuenta la
doctora Raquel Barriga mientras Begoña la mira con admiración. Ella ha sido una
de sus ángeles de la guarda.
Entre
risas y nervios la paciente se sienta en la camilla frente a Álvaro. El tatuador previamente ha preparado el material y también ha
tenido una conversación con Begoña en la sala de espera para explicarle cómo
funciona el proceso del tatuaje permanente. Y por qué usa una pistola rosa.
Primero coge una plantilla de círculos, similar a esas que se utilizan para
hacer circunferencias en las escuelas de primaria. Después, recoge de su
estuche metálico un rotulador rojo y otro negro. El primero es para dibujar el
epicentro del pezón. El segundo, para la circunferencia que forma la areola.
Cuando finaliza esta parte, ultima los detalles antes de coger el pincel. Toca
los pechos para determinar la sensibilidad que conservan, mide la altura de los
pezones para que sean iguales...
Álvaro
le indica a Begoña que se tumbe en la camilla y disfrute de sus dos tatuajes.
El tatuador comienza a difuminar la tinta. Trabaja
con varios colores y su trabajo oscila entre los 15 y 20 minutos por cada
parte. Cuando finaliza, Begoña se reincorpora. Se acomoda con los pies en el
aire y espera en la camilla a que su reparador, con un espejo que saca de su
maletín, le muestre su trabajo. "Gracias. Gracias por volver a hacer que
sea mujer", dice ella entre lágrimas. Luego abre sus brazos y como si de
su juguete preciado fuera lo abraza y no lo suelta. Está, sí, satisfecha. Salta
de la cama y, con una sonrisa de oreja a oreja, empieza dar besos y abrazos a
todo aquel que se encuentra por su camino. Álvaro no dice nada. Es tímido hasta
para recibir halagos.
Para
él, hace ya tiempo que empezó todo. Tenía 26 años y una carrera en pleno auge
como actor de series y anuncios. Pero de repente empezó a tener molestias en el
ojo izquierdo. La visión fallaba progresivamente y los médicos no llegaban a
acertar. Lo hicieron en el verano de 2011. Todo, le diagnosticaron, era por un
glioma en el nervio óptico. "Uno tiene miedo cuando le comunican una cosa
así. No sabes qué hacer ni cómo actuar", explica Álvaro. Es vergonzoso y,
de manera casi instintiva, se tapa la mitad superior de su cara con la visera
de la gorra que lleva puesta. "Fueron ochos meses horribles. Tuve problemas
con mi pareja y me echaron del trabajo", nos había contado antes en su
estudio de tatuajes en Madrid. "Era un chico guapo, tenía unos ojos azules
bonitos y lo tenía todo hecho, hasta que apareció esto y me di cuenta de la
realidad", añade.
Los
médicos del Hospital Ruber Internacional de Mirasierra se pusieron manos a la obra para, a través de la
radiocirugía, quemarle el tumor. Para prevenir que
éste volviera, Álvaro empezó a tomar medicación durante siete meses.
Un día
en casa, recién levantado, Álvaro observó en el espejo del cuarto de baño que
el iris del ojo malo se había movido, aunque dejó esperar unos días por si
había sido provisional. No fue así.
Los
médicos decidieron volver a operarle. Esta vez de estrabismo lateral. "El
ojo iba a perder la visión, pero querían salvar mi estética ocular",
relata sentado en la silla donde tatúa a sus clientes cuando no está en el
hospital.
Pasó un
año y medio y Álvaro terminó ciego del ojo y con el iris desplazado. Ya no
volvería a ser modelo de anuncios y series. Sin oficio y Sheila [su novia]
esperando una niña, Álvaro tuvo que reinventarse. "Como me gustaba
dibujar, pues pensé: '¿Por qué no probar como tatuador?'",
relata calentándose las manos con un calentador portátil. Vendió su antiguo BMW
y con los 1.500 euros que ganó abrió un estudio de tatuajes. "Iba al
carnicero a pedirle piel de cerdo para practicar los dibujos", comenta.
Ya
llevaba más de dos años tatuando cuando se abrió la puerta del Hospital de
Torrejón. De la mano de los doctores de la Unidad de Mama, César y Lorenzo,
comenzó su singladura.
La
primera fue Paloma, amiga íntima de Lorenzo; y después fueron 15 más las que
pasaron por el estudio improvisado de Álvaro para devolver lo que el cáncer las
arrebató.
Cada
vez que Álvaro es citado en el hospital de Torrejón, lleva consigo un montón de
nombres por los que hace lo que hace. El de su mujer, que tanto le ha dado
desde que cambió su vida. El de sus tres hijos. Y el de todos esos niños,
mujeres y hombres, cuenta, a los que vió cómo
"les inyectaban por las venas una mierda llamada quimioterapia para curar
otra mierda denominada cáncer. Sea del tipo que sea".
Y con
todo eso y una sonrisa, el tatuador se acerca a la segunda mujer a la que
devolverá sus pezones. Noelia Alhambra se llama, tiene 31 años y el pelo corto
rubio platino. En 2014 se notó tres grandes bultos en los senos, y acudió a
urgencias del Hospital de Torrejón. A la mañana siguiente, el doctor [Lorenzo]
Rabadán llamó a su teléfono. "Te piensas que no te va a pasar porque eres
joven, no te drogas ni fumas; pero pasa", rememora ahora ella, y comienza
a llorar antes de que Álvaro comience a marcar el futuro de sus pezones. Esta
vez le tatuará completo el izquierdo, pues Noelia sólo se hizo una mastectomía;
y repasará el derecho, que ella decidió quitárselo para evitar que en la otra
mama no apareciese otro ganglio.
El tatuador repite el mismo procedimiento que poco antes había
seguido con Begoña, y con la plantilla de círculos va dando una primera forma.
"Este procedimiento es más complicado debido a que hay que igualar una
areola con otra y reconstruir con tatuaje los dos pezones", explica
Álvaro. Cuando, media hora después, invita a Noelia a incorporarse, vuelve la
emoción contagiosa.
"Álvaro
se ha convertido en un miembro más de la Unidad de mama del hospital",
explica el doctor Lorenzo. Su deseo es que en cada hospital público de España
se invierta en tatuaje permanente en vez de la micropigmentación. Dice que él y
sus colegas, a base de conferencias médicas y científicas a lo largo de toda la
Península, están empezando a conseguirlo.
Termina
la jornada y Álvaro guarda su instrumental. Él también está en lista de espera.
Sabe que será en 2017, pero aún no sabe cuándo exactamente. Entrará en
quirófano para que le sea extirpado el ojo malo. "Me quitarán el
izquierdo, después introducirán una esfera de porcelana o cristal y finalmente
y con una copia de la lente de mi ojo bueno podrán ésta encima de la
esfera".
Él es
Álvaro Quesada y su misión es que las lágrimas de las mujeres a las que tatúa no
borre lo que el cáncer sí quito. Porque para él un
rostro sin ojos es lo mismo que una mama sin pezón.